Un castillo de ensueño
Te invito a viajar en el túnel del tiempo para conocer de cerca un trocito de nuestra historia, un símbolo de los años dorados de la Argentina. Vení, recorramos juntos la Estancia La Candelaria, ubicada en la localidad de Lobos, provincia de Buenos Aires.
Si hay algo que deja rastros en la cultura es, sin lugar a dudas, la arquitectura y el arte. Y si ambas se combinan la huella es incuestionable y superlativa. Pero las edificaciones no sólo refieren a estilos arquitectónicos, también dan testimonio de momentos específicos de nuestra historia. En este caso, se trata de lo que conocemos como “castillos” de la aristocracia argentina del siglo XIX.
Al respecto, el historiador Eduardo Lazzari señala que en aquellos tiempos para “pertenecer” a la élite privilegiada de nuestra sociedad había que tener una residencia o Palacio en la ciudad, una bóveda en el cementerio en la Recoleta y un Castillo o casco de Estancia en el campo. La Estancia La Candelaria es un clarísimo ejemplo de ello. Pero además, esconde un gran gesto de amor y agradecimiento de una hija a sus padres adoptivos.
Visitar este casco de estancia -como suelen denominarlo- es trasladarse en el tiempo hacia el siglo XIX. Es experimentar de primera mano cómo vivía la “clase acomodada” de aquella época. Cuál era el confort o los lujos que disfrutaban cada día. En qué ocupaban su tiempo productivo y su tiempo ocioso. Qué les gustaba hacer, cuales eran sus expectativas, sus sueños y con quienes se codeaban.
Una escultura, la carpintería, una abertura, una silla, la moldura de la estufa hogar, una lámpara, incluso la disposición de los árboles en el jardín hablan por sí solos. Se trata de un museo viviente, donde cada objeto cuenta un poquito de aquella realidad, tan lejana en estos tiempos. Es un lugar que no podes dejar de visitar.
Caminar por el interminable jardín disfrutando del aire campestre, escuchar el sonido de las aves, observar cómo reposan plácidamente los caballos en ese imponente parque, es un placer inconmensurable.
Cada planta, cada escultura, cada desnivel del jardín te reciben y cobijan con generosidad. Los sonidos, texturas, colores y matices abundan en cada rincón de la propiedad (que supo ser muchísimo más extensa décadas atrás). Todo es mágico y sorprendente. Es como estar dentro de un cuento de hadas.
Recorriendo todas las instalaciones se puede observar la divergencia entre la edificación primaria de estilo colonial y el castillo versallesco, con toques del barroco francés, estilo nórdico y gótico. La carpintería y muchas de las esculturas fueron traídas de Europa (lo cual ocasionó, entre otras cuestiones, que la finalización de la obra se demorara más de lo esperado). Mármoles de carrara, cristales de murano, mobiliario estilo Luis XV y XVI, arte renacentista, robles de Eslavonia, vitrales franceses, representan la exaltación y la opulencia de aquel entonces.
Un tercer elemento discordante estéticamente, pero coherente con la idiosincrasia de Rebeca Piñeiro del Mármol de Fraga que era muy devota y sencilla, es la Capilla inaugurada en el año 1937, construida con el propósito de que allí descansaran para siempre los restos de sus padres. Un verdadero acto de amor y agradecimiento.
El castillo es increíblemente hermoso por donde se lo mire. Es asombroso el perfecto estado de conservación de la construcción, el mobiliario, los vitreaux y detalles de la decoración, como el laminado de superficies en oro, que -sin lugar a dudas- representan a una época de ostentación y abundante riqueza.
Cada rincón de esta estancia es singular y convive armoniosamente con el resto de las áreas como la caballeriza, la capilla, el salón del lago, el bar temático. Lugares que se pueden visitar y “vivir” desde adentro, ya que La Candelaria es un Hotel y Club de Polo destinado al turismo. Podés alojarte en cualquiera de sus instalaciones (Castillo, sector colonial o el molino), ir a comer al restaurante temático o pasar un día de campo con la posibilidad de recorrer toda la propiedad.
Un poco de historia
Las tierras pertenecían a José Orestes Piñeiro, un boticario de Lobos que adquiere la propiedad junto a su hermano. Orestes se casa con Candelaria del Mármol y la Estancia Los Pontones pasa a llamarse La Candelaria, en honor a su esposa. Al no poder concebir naturalmente hijos, deciden adoptar a Rebeca.
Rebecca se casa con Manuel Fraga, un comerciante muy acaudalado proveniente de la provincia de Entre Ríos. Debido a la avanzada edad de José Orestes Piñeiro, Fraga se hace cargo de la administración de la estancia. En aquella época, todo aquel que se consideraba integrante de la nobleza “criolla”, además de poseer mucha riqueza, tenía que cumplir con los 3 requisitos mencionados anteriormente. Así es que, se decide construir un nuevo “casco de estancia” para que vivan Orestes Piñeiro y su esposa Candelaria, y a su vez, propiciar un espacio atractivo para actividades sociales, políticas e incluso para captar la atención de potenciales socios comerciales.
Como es hartamente conocido, la gente de bien de aquel entonces viajaba asiduamente a Europa, continente en donde concretaban muchas de sus actividades comerciales, y volvían totalmente eclipsados por su arquitectura. Tanto que era habitual que contratasen a arquitectos y realizadores europeos para la construcción de sus residencias, como Alberto Favre y Molière . Inclusive, muchas de las obras de arte, mobiliarios y carpintería provenían directamente de Europa. Un hecho no menor es el amplísimo parque diseñado por el paisajista francés Carlos Thays, un personaje de mucha relevancia para la época.
Entre las diversas actividades que se desarrollaron en esta estancia estuvo la cría de o, ganado ovino, vacuno e incluso un haras. Si bien la propiedad hoy ya no pertenece a la familia, ha quedado su impronta para siempre.
¿Sabés por qué La Candelaria es un verdadero Castillo?
Según nos cuenta Tony -nuestro anfitrión en la visita guiada al castillo- Rebeca quería que los restos de sus padres descansaran eternamente en estas tierras. Así es que se decide construir una residencia que cumpliera con los requisitos de “tierra santificada”. Así es que, además de algunas características arquitectónicas, como las torres o los calabozos, la edificación cuenta con una capilla interna, que se utilizaba para rezar asiduamente. Muchos años después, y ya fallecidos sus padres, Rebeca hace construir una Iglesia, abierta a la comunidad lobense, dónde además reposan sus restos y los de sus padres. En la actualidad, siguen oficiando celebraciones católicas como bautismos y casamientos.
¿Te imaginás durmiendo como un rey, leer en la misma sala que la familia Piñeiro del Mármol o disfrutar de un banquete en el salón comedor?
Espero que hayas disfrutado tanto como yo este viaje en el tiempo.
¡Hasta la próxima aventura!
F.M.