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Terraplanismo político y el papel lamentable del periodismo

Por Julián De Martino. (*)

La tregua en la grieta duró apenas las primeras semanas de confinamiento, cuando todavía el coronavirus era una enfermedad totalmente desconocida para la población y sus efectos colaterales eran una incógnita. Lejos quedaron esas conferencias de prensa encabezadas por Alberto Fernández junto a Axel Kicillof y Horacio Rodríguez Larreta como señal de unidad política. 

A casi un año y medio del inicio de la pandemia, la amnistía se quebró y con las elecciones a la vista, la oposición está dispuesta a contarle las costillas al Gobierno en cada mínimo error que cometa en la lucha contra el Covid 19. Dentro de Juntos por el Cambio existe un sector mucho más radicalizado, dispuesto a todo con tal de juntar algunos votos, aún a costa de la vida de muchos argentinos. 

Cuando se decidió sellar un acuerdo con Rusia para la adquisición de la Sputnik V, esa porción encabezada en la figura de Patricia Bullrich comenzó una campaña para desprestigiar dicha vacuna. Tan obscena fue esa campaña que hasta dirigentes emparentados con Elisa “Lilita” Carrió presentaron una denuncia contra el Presidente por envenenamiento.

Lógicamente, la justicia terminó desestimando esa acusación, no por la publicación en The Lancet, sino porque carecía de cualquier atisbo de raciocinio. Pero el daño ya estaba hecho y la desconfianza de la población a aplicarse la dosis producida por el Instituto Gamaleya fue creciendo con el correr de los días, hasta el punto que algunos médicos se negaron a recibirla. 

Pero nada de esto hubiera sido posible sin el apoyo de gran parte de los medios hegemónicos, aliados a esa troupe de inescrupulosos. Periodistas y comunicadores le dedicaron horas en la televisión y páginas en los diarios, desprestigiando a la Sputnik V, generando una especie de terrorismo sanitario con el único objetivo de dañar la imagen del gobierno. 

Un acuerdo de no agresión, en estas condiciones, parecería imposible. Sobre todo, teniendo en cuenta que, con la segunda ola en auge, el incremento descontrolado de casos y la saturación del sistema de salud a la vuelta de la esquina, lejos de deponer su actitud hostil, la oposición redobla la apuesta y más mucho más allá sin encontrar límites. 

Las críticas a la Sputnik regresaron en los últimos días con una nueva versión: el ataque a las vacunas producidas por China. Con una serie de fake news, los mismos periodistas pusieron en tela de juicio la efectividad de las dosis de Sinopharm, que se aplica en Argentina y, según estudios, tiene una garantía del 79% con su segunda aplicación. 

Para difundir las noticias falsas, desde la oposición y los medios tomaron una investigación que alertaba una eficacia del 3% con la primera dosis y un 50% con la segunda. Sin embargo, el detalle que pasaron por alto (apropósito, por supuesto) es que esos datos pertenecen a Sinovac, vacuna que se aplica en Chile, país en el cual durante todas estas semanas no escatimaron elogios sobre su “éxito” en la situación sanitaria.

No es casual que al unísono hayan salido dirigentes de Juntos por el Cambio y periodistas (caso Jorge Lanata o Cristina Pérez), a demonizar la vacuna China. El objetivo es continuar desgastando la ya deshilachada imagen del Gobierno de cara a las elecciones legislativas venideras, y para esa embestida parece que todo vale, también la mentira atroz. 

Al contrario de lo que se creía al inicio de la pandemia, donde la unidad de la política y la desintegración de la grieta había pasado de ser una utopía a una esperanza, el tiempo se encargó de volver las cosas a su lugar. El papel de una gran parte del periodismo a la hora de informar quedará en la historia, pero no por su ecuanimidad, sino por su falta de ética. 

Pero más allá de los ataques de la oposición, el Gobierno también tiene su cuota parte de responsabilidad porque, tras tener cerca del 90% de los medios en contra, comunican poco, tarde y mal. Además de algunas decisiones desacertadas a la hora de encarar la pandemia, la comunicación es uno de los mayores déficits de la gestión. 

A poco más de uno año de la implementación de la cuarentena y cuando los más de 25 mil casos diarios imponen una restricción mayor, el oficialismo se encuentra encerrado en su propio laberinto: entre el miedo a la crítica de los grandes, la imposibilidad de un cierre total por la pésima situación económica y la prácticamente inevitable saturación del sistema de salud. El Gobierno deberá elegir una salida, pero hasta ahora no la encuentra. 

(*) Periodista.

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